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Corría el año 1936 cuando se desató la Guerra Civil Española. En ella se enfrentaban dos bandos, el republicano, dirigido por Vicente Rojo, Jefe de Estado Mayor leal a la República, y el bando nacional, dirigido por el general Francisco Franco, quien tras salir victorioso se convirtió en responsable de una prolongada dictadura.

Por aquel entonces, uno y otro bando reclutaban a ciudadanos de a pie, irrumpiendo en sus casas, y arrastrándolos a luchar independientemente de sus opiniones políticas o de su voluntad.

En medio de todo aquello, Benjamín Fernández Llano tuvo que ir a la guerra. Entre 1936 y 1937, aproximadamente, cayó herido en el frente de Oviedo, desde donde fue trasladaos a un hospital en Galicia, el “Hospital Militar de La Coruña”. 

Debido a su lesión, permaneció allí bastante tiempo, y durante su larga estancia conoció a una simpática enfermera con la que posteriormente pasaría a trabar una gran amistad, o quizá algo más. 

Tiempo después, trasladaron a Benjamín a Oviedo. Y no pudo despedirse de la enfermera, cuyo nombre se desconoce y quien, ante la partida del soldado sin despedirse, se sintió ofendida. A él, cuando tuvo conocimiento de ello, se le ocurrió una idea para demostrarle que no había sido culpa suya, y conseguir que no se enfadase.

En su nuevo destino, hizo un retrato de ella tal como era. Lo dibujó a lápiz, haciéndolo poco a poco, cuidando todos los detalles y llevándolo siempre consigo.

Hasta que en 1940, mientras se estaba subiendo a un tranvía, no pudo sujetarse bien a causa de las lesiones de guerra y cayó a las vías. En las pertenencias que llegaron a su familia, destacaban unos diarios donde escribía sobre las cosas por las que pasaba, y entre ellos apareció se encontró el retrato de la que había sido su amor. El dibujo fue guardado por sus descendientes hasta el día de hoy.