Los vecinos de Arobes en la capilla, recibiendo el premio al Pueblo Ejemplar de Parres 2014.
Álvaro Pérez Zaragoza. En los pueblos siempre ha habido vecinos característicos cuyas historias se cuentan de generación en generación y así durante años. Como no, Arobes no se queda atrás en vecinos especiales; estos son unos cuantos que la gente del pueblo recuerda:
Hubo dos vecinos que eran hermanos. Él era Felipe, un señor raro y estricto que incluso tenía madreñes para andar por casa. Por otro laso estaba su hermana Antonina; ella era la “buenina”, una persona que había tenido disfrutado poco tiempo de escolarización. Una expresión característica de la mujer era «¡Mecha!» que decía cuando se asombraba. Era una mujer coja y muy trabajadora, que solía ser contratada para recoger manzanas: recogía la mayoría de las pomaradas del pueblo, y vendía las manzanas, siendo la mitad del dinero para el dueño y la otra mitad para ella. Antonina tuvo una vez un accidente y estuvo unos meses en el hospital; durante ese periodo, una mujer del pueblo era quien le llevaba la comida a Felipe.
Otra vecina singular era Leonor, que era procedente de Piloña pero se había mudado a Arobes. Vivía de la caridad de los vecinos del pueblo y de otros cercanos, y los lunes iba a Infiesto a pedir. Supuestamente, un día le robaron todo lo que había reunido y ella decía que eran “setecientas quinientas veinte pesetas” algo que no es posible. Ella siempre iba con su perro y pedía tanto dinero como comida por las casas. Los niños del pueblo se solían asustar de su apariencia.
Por último, otros vecinos que la gente del pueblo recuerda son Cesárea y Cundo, que eran madre e hijo.Tenían las gallinas dentro de su propia casa, con lo que todo eso suponía. Cundo era un hombre que, siempre que andaba por la calle, iba con las manos en las orejas. Cesárea, aún siendo una buena vecina, apenas salía de su casa.