• Identificación del recurso: Casa familiar y antiguo comercio mixto.
  • Localización: San Juan de Beleño, Ponga, Asturias.
  • Estado de conservación: Bueno.
  • Informadores: Josefa Rivero Collado, abuela materna de la autora, Gonzalo Gutiérrez Rivero y Luis Miguel Gutiérrez Rivero, tíos maternos de la autora y Susana Gutiérrez Rivero, madre de la autora.
  • Autora: Paula González Gutiérrez.
  • Profesor: Gonzalo Barrena Diez.
  • Curso: BC1A 2024/25.

Paula González Gutiérrez. Inicialmente fue construida para hacer un llagar de sidra, cuyo nombre iba a ser el de “Los ponguetos”. Su propietario era conocido como Don Venancio, un vecino que también era el dueño de la «fábrica» de luz. Recién terminada la obra y pese a no tener clara su finalidad, decidió que ya no iba a ser un llagar.

Durante la construcción de la casa, aparece el protagonista de nuestra historia, un hombre llamado Delfín, originario de Luena, un pueblo en Cantabria. Trabajaba como cantero y, a un tiempo, contratista de obra, y a pesar de ser cántabro, era conocedor de la zona, pues ya había trabajado en diferentes viviendas de San Juan, incluida la suya. Pensando que a esa casa iba a poder sacarle mucho provecho, la compró.

Una vez instalados Delfín y su familia en la casa, reformaron los dos pisos de arriba para convertirlos en una pensión. La resultante, con 12 habitaciones, 2 aseos y 1 baño, se nombró “Pensión Cazoli” (una majada en el puerto de Beleño). Pero finalmente el nombre no convenció, así que en 1931 pasó a llamarse “Casa Delfín”.

En los siguientes años, Delfín realizó varias obras. Primeramente trabajó en el ala de la casa, donde acabaron alojándose con el tiempo varios negocios. El primero fue el bar, después la Caja de Ahorros para los vecinos del pueblo y alrededores, y una central telefónica con un terminal público de pago por uso. En la planta baja había una sifonería y un garaje con espacio para dos camiones, también pertenecientes a Delfín.

Sin embargo, lo más importante era la tienda; en ella podías encontrar de todo: era ferretería, tienda de ultramarinos, mercería, papelería, juguetería… Por aquel entonces, en Casa Delfín nunca había silencio. Todos los días se oían las largas conversaciones de los vecinos hablando por aquel teléfono, el murmullo de los paisanos en el bar, el trajín en la oficina de ahorros… sin mencionar la etapa de verano, pues en la terraza delantera de la casa resonaban las obras de teatro y los bailes, que hacían retumbar el suelo.

La Casa daba trabajo de sobra para toda la familia y más, ya fuera dentro del local, como repartiendo las compras por los pueblos cercanos, o incluso como carteros, pues también operaba como central de paquetería para los pueblos.

La madre de la autora trabajando en el bar.

Tristemente, cuando los hijos de Delfín, como la mayoría de los vecinos, emigraron a entornos urbanos, buena parte de los negocios se vieron abocados a cerrar. Únicamente siguió en funcionamiento la pensión.

Tras el fallecimiento de Delfín, la casa fue heredada por mi abuelo Miguel, quien procuró mantener el mismo aspecto que tuvo durante su apogeo. Del conjunto, actualmente se conserva en un buen estado la vivienda familiar, la pensión, el bar, algunos sifones y los dos camiones de mi bisabuelo.

Para terminar, me gustaría agradecer a mi familia por su ayuda y por los momentos compartidos durante esta pequeña investigación; y sobretodo quiero darle las gracias a mi abuela, que a pesar de sus 88 años -que no pasan en balde- siempre está para lo que necesitamos.