Lucía Fernández Fernández

Ubicada en el pueblo de Arangas en el concejo de Cabrales, Asturias. Se encuentra entre lo que hasta hace unos años era una zona deprimida, por la cual pasaban los riachuelos de caudal irregular. En la actualidad esos riachuelos estan canalizados y sobre ellos pasa la carretera AS-345, arreglada recientemente. El barrio se cree que puede pertenecer al periodo bajo-medieval, estos a día de hoy se utilizan como cuadras, pajares y algunas casa como gallineros.

En estas construcciones todavía se aprecian los vanos apuntados con potentes dovelajes realizados por buenos canteros, según los expertos. Se componía de algunas casas y un palacete.

El deterioro de este barrio esta producido por el estado de dejadez que se observa en algunas casas, no es tan grave en las que se utilizan con fines de ganaderia.

» Algunas de las casas fueron desmontadas y las piedras mejor trabajadas forman hoy parte de algunas casas del pueblo, esas piedras en la mayoría de las casas están mal orientadas»

Sánchez Martínez Francisco

Treslacasa posee una calzada empedrada que llevaba a un camino real, dicha calzada se puede encontrar en la parte sur del complejo, esta bastante deteriorada. Su uso actual es para el traslado del ganado. Desde esta se llega a la fuente de las infantas.

Hecha de piedra, consta de un arco de medio punto y situada bajo las raíces de un castaño enorme que hasta hace unos años que se cayó, le daba sombra.

Foto actual de la fuente, Marinela Fueyo.

Se dice que se llama así por que en el barrio de Treslacasa, en el palacete, vivían por vacaciones una infantas y que estas bajaban a la fuente a beber agua. Cuenta la leyenda que desde entonces los vecinos de Arangas fueron allí a por agua por ser un lugar cercano no haber muchos habitantes, además a pocos metros de la fuente se encuentra un lavadero en el que dice la gente mayor del pueblo hace años salía agua caliente.

» Nunca me diera a beber de los claros manantiales
—¡oh, Fuente de las Infantas en Arangas de Cabrales!
la mota que en lo más hondo del manantial se retrata,
cuando en el agua parlera hunde el cangilón de plata.
Brota el llanto cristalino del corazón del castaño
—dios agreste envejecido, que llora su pena huraño—
y en el tazón de la fuente ondula, tiembla y retoza;
carcelera momentánea de los ojos de la moza
que si, para no mojarse, se recoge el faldellín,
la pierna es nieve de cumbre, la faz es vivo carmín;
los senos, bruscas palomas que vuelan de madrugada;
el brazo, desnudo y blanco, leche recién ordeñada;
los ojos, grandes y dulces, como remansos parleros
que se desvelan de noche por ir copiando luceros;
ojos mintiendo horizontes como dos urnas marinas,
viveros de las estrellas y de las velas latinas.
—Moza, dame el agua clara. Mira que soy forastero,
que la jornada es muy larga y el sol calcina el sendero.
—Usted non sabe, señor, lo que murmura la gente
de aquellas mozas que dan el agua junto a la fuente.
—Sacia mi sed, buena moza, que el agua clara en tu mano
tiene luz de eucaristía y es como un cáliz cristiano.
—Beba, señor. Mas verá lo que la gente murmura…
Hundió el fino cangilón en el agua clara y pura
y lo trajo hasta mi boca su brazo blanco y fornido,
que me llenó de fragancias como un almendro florido.
—Gracias—le dije. —Sus ojos buscaron los manantiales.
Se abrieron en sus mejillas dos rosas primaverales,
y en la mano el cangilón y en la cabeza la herrada,
con el mandil recogido, se alejó ruborizada,
entre un adiós como de ave que en el volar suelta el trino.
¡Yo me quedé como un árbol, clavado al pie del camino!

Moza que apagó mi sed en los claros manantiales
—¡oh, Fuente de las Infantas en Arangas de Cabrales!—
¡cómo hoy recogieras llanto si hundieras tu cangilón
en esta fuente que llevo dentro de mi corazón! «